14.3.24

¿Queda realmente alguien en contra del aborto?

Francia ha blindado el derecho al aborto en su Constitución. Y lo ha hecho con una mayoría algo más que reforzada de los votos. Más de 4/5 del Parlamento, en una de esas mayorías que si se diesen en países del Este harían sospechar de la limpieza y el sentido del proceso, pero que aquí sólo dan para lo segundo.

Porque algo hay de paradójico en la necesidad de blindar un derecho al que parece que nadie se opone en realidad. Algo de propagandístico, claro, de triunfo político en el sentido más partidista e innoble de la palabra. 

Se dice que el peligro viene de la extrema derecha, porque ese es el único nombre con el que el progresismo se atreve a manifestar su miedo al futuro. Pero ni siquiera la extrema derecha presenta un frente claro y unido en contra del aborto.

La derecha supuestamente extrema, de hecho, se ha comportado aquí como solía hacerlo hace nada la derechita cobarde: con dudas, divisiones y equilibrios tanto morales como políticos.  

¿Quién queda por lo tanto en contra del aborto? ¿Cuál es esa futura mayoría contra la que hay que blindar este derecho? ¿Quiénes son esos bárbaros, innombrados e innombrables, que esperan a las puertas para asaltar y destruir todos los triunfos del progreso y la libertad?

El único miedo que justificaría el blindaje, y que por supuesto no se atreverían a confesar, es el mismo miedo que ha llevado a borrar la cruz de Les Invalides del cartel oficial de los JJOO de París 24. 

Es el miedo del hipócrita, que lleva a tratar de blindar por la noche lo que descuida durante el día. Y que revela la fe de tanto ateo, convencido de que la ley podrá salvar los principios que él ni siquiera se atreve a pronunciar.

¿Bastará la ley para salvar el aborto? ¿Puede la Constitución blindar realmente algo o sólo sirve para alargar la ficción del progreso, la unidad y el consenso?

¿Cómo se blinda, en realidad, un derecho como este? Y no digamos ya en ciertas banlieues. 

Porque pasa como en aquellos bosques donde cae un árbol sin que nadie lo escuche. ¿Podemos decir que existe realmente el derecho al aborto ahí donde nadie puede querer ejercerlo? ¿Cómo van a mostrarnos estas mujeres que son realmente y constitucionalmente libres, si se niegan a ejercer sus derechos?

¿Qué implica entonces defender el aborto y blindarlo constitucionalmente? Es imposible no hacerlo sin propaganda. Sin defenderlo, por lo tanto, como algo más que un derecho de las mujeres a la libre disposición de su cuerpo.

Hay que defenderlo como algo bueno. Y celebrar con el jolgorio de estos días, por lo tanto, el blindaje de lo que, presuntamente, era un mal menor.

Y es que hay algo en la naturaleza de este derecho, porque no se plantea casi nunca como un derecho absoluto y porque la discusión no suele ser, en Francia como en España, entre partidarios y detractores del aborto, sino entre distintos tipos y grados de abortistas. Es un tipo de debate que casa muy mal con blindajes constitucionales y mayorías reforzadas que sólo incentivan posiciones dogmáticas y radicales. 

Es algo que se ve bien en los referendos ajenos y las mayorías orientales, donde el blindaje de la absoluta mayoría no sirve para salvaguardar libertades básicas, sino opresiones. Y no sólo legales.

¿Quizás se trate aquí también de lo mismo? Macron ya propuso blindar el aborto en la Constitución europea antes de recordar que él sólo es presidente de la República. Y lo hizo, claramente, para señalar al gobierno conservador polaco y reforzar sus credenciales como líder progresista. No ha podido sorprender a nadie la gran acogida que su ejemplo ha tenido entre las gentes de Sumar. 

Más que para blindar el derecho de las francesas al aborto, ¿no se trata aquí de blindar el consenso abortista excluyendo la cuestión de lo que se considera centrista y legítimo en el debate público?

No es Macron el único que fingiendo proteger la libertad alimenta el bichito de la polarización por puro y mero interés partidista. Personal, incluso. Bien podría ser este el gran logro histórico del centro liberal que tan bien parece encarnar: ampliar los límites del centro restringiendo los límites de la libertad.

2.3.24

Ábalos ha acabado siendo un sanchista ejemplar

Qué gran líder hubiese sido José Luis Ábalos si todos esos nobles principios democráticos que ahora explica en defensa propia y desde fuera los hubiese defendido desde dentro y para los demás. 

Qué gran intelectual, qué gran filósofo incluso, si todas esas reflexiones que hacia donde Alsina sobre la ambigüedad de la moral y la necesidad de la ley se atreviese a desarrollarlas por escrito en un ensayo que sería historia del socialismo español. 

Ábalos tiene toda la razón del mundo cuando critica que se le eche por responsabilidad política. Porque la responsabilidad política, a diferencia de la responsabilidad penal, es siempre indefinida e interesada.

Nadie sabe ni debe saber en qué consiste. En qué se concreta esa responsabilidad política. Porque nadie sabe ni debe saber cuál sería su límite. Hasta dónde alcanzaría y hasta quién alcanzaría si se convirtiese en un principio articulado y rector de la política socialista.

¿A qué distancia habría que estar del apestado para que no se nos pegue su olor a corruptela? Si dicen que todos estamos a sólo seis grados de separación de Kim Jong-un, ¿a cuántos grados de Koldo está el líder supremo Pedro Sánchez? 

Lo que no alcanza a disimular la apelación a la "responsabilidad política" es que sólo se le exige al presunto inocente que no ha sabido ser irresponsable.

Eso es lo que le pedían a Ábalos. Que no respondiese. Que no se responsabilizase. Que aguantase como un hombre. Como suele hacer Patxi López, por ejemplo, riéndose de los periodistas que hacen preguntas incómodas y largándose en silencio y con la cabeza bien alta.

Y que dimitiese llegado el momento, por el bien del partido y por el suyo propio, como le aconsejaban con tanta desfachatez estos días sus antiguos compañeros.

Pero ni una cosa, ni la otra. Ni ha podido evitar el interrogatorio, ni le ha dado la gana morir como mártir. Por mucho que esa fuese no sólo la esperanza del Gobierno, sino la expectativa de todos aquellos que no veíamos en Ábalos más que un hombre de partido, con todo lo que eso implica.

Lo que implica de peón, como bien se lamentaba Ábalos, que debe su vida al partido y que acabará pagándola. Y lo que implica también respecto a cuestiones fundamentales como la ejemplaridad o la presunción de inocencia.

Porque a los hombres de partido se les presupone una cierta culpabilidad, no siempre penal. Tesoreros, secretarios de organización, tuiteros enfurecidos a sueldo del erario... Son gentes que sólo están allí para que los demás parezcan buenos. Para que, llegado el momento, puedan cargar ellos con culpas que nunca les correspondieron en exclusiva.

Alguien debe ensuciarse las manos para que otros puedan dedicarse a las tareas más nobles del gobierno.

Así que ellos están allí, se supone, para sacrificarse por el partido cuando este lo necesite. 

Pero ¿por qué partido podría sacrificarse Ábalos? El gran logro del sanchismo y, en gran parte, supongo, de su secretario de (des)organización Ábalos, es el de haberse cargado al Partido Socialista.

Y no porque lo digan sus críticos, sino porque ese fue su diagnóstico después de las últimas elecciones gallegas, cuando se declararon convencidos de que el partido no gana ni pierde elecciones, sino que lo hacen los líderes.

Así que menos partido, menos barones, menos PSOE en definitiva para poder actuar con mayor libertad y a mejor conveniencia. Para que nadie limite el nombre de una estructura, unas siglas, una historia o unos principios a aquello que puede hacerse para lograr el poder y asentarse en él.

Como muy bien ha hecho Ábalos, líder inesperado de un partido inexistente.

15.2.24

Los hijos (presuntamente trans) de los otros

El Gobierno catalán ha prometido a sus niños que a partir de los doce años podrán cambiarse de sexo sin que nadie se chive a los papis. Lo ha hecho, cabe suponer, sabiendo que los niños no votan y que ningún padre en su sano juicio le daría a la Generalitat semejante poder sobre sus hijos. Y esta es la cuestión principal.

Que nunca son sus hijos. Que estas barbaridades sólo se proponen, aceptan y ejecutan para los hijos de los demás.

Para muchos, porque simplemente no tienen hijos propios. Para otros, porque los tienen ya creciditos e instalados muy probablemente en una cisheteronormatividad más o menos clara y confortable.

Para los menos, porque los hijos son todavía demasiado pequeñitos para imaginar que puedan llegar a descubrir algún día y más pronto que tarde lo tontos que somos y lo poco que los entendemos y buscar refugio, llegado el momento de las dudas más graves, en el primero que se lo prometa.

Y plenamente conscientes, todos ellos, de que estas leyes sólo se hacen para molestar al padre facha, y convencidos (por una fe excesiva y muy poco liberal en el Estado, la educación, la ciencia y en sí mismos, en sus hijos y en su familia) de que una ley pensada contra los fachas no podría nunca usarse en contra de los suyos.

Es una lógica que crece al mismo ritmo que el estado pedagógico, ese que está más empeñado en (re)educar a sus ciudadanos que en solucionar sus problemas.

Es la lógica que se esconde tras el tonito de profa de guarde de Yolanda Díaz, que sólo toleran quienes creen que es para que la entiendan bien los otros, más justitos, o tras el manido recurso a subir los impuestos de los ricos, que sólo se celebran en la convicción de que nunca los pagaremos nosotros.

Es la misma lógica tras las campañas de educación sexual como en la última Marató de TV3, que enseñan y conciencian a los demás sobre cochinadas y riesgos que nosotros, evidentemente, ya conocíamos.

O tras las campañas contra la violencia de género, que deberían servir para avergonzar a machirulos que tampoco somos nunca nosotros, y que sólo sirven, en realidad, para hacernos sentir mejores que la media y del lado de los civilizados. De los pedagogos. Es decir, del lado del Gobierno.

Así se garantiza el Gobierno el silencio aquiescente de los biempensantes, que es lo que más se busca. Cualquier duda o discrepancia nos pondría en una situación tal que mejor ni pensarlo, y el silencio con el que nos dejamos sermonear siempre permite, llegado el momento, distanciarse, con toda la pompa que sea necesaria, de lo que nunca tuvimos necesidad de apoyar explícitamente. 

La absurda convicción de que estas delirantes propuestas sólo podrían destrozar la vida y la familia de los otros, de los malos, de los fachas y ni siquiera de sus hijos, en los que no pensamos más que como víctimas a salvar, es lo que garantiza la aceptación silenciosa de la total ausencia de crítica. O de fiscalización, como dicen ahora los peseteros. 

Esos padres fachas son el chivo expiatorio alrededor del cual se construyen los consensos biempensantes de nuestra era. Que sean tres o que sean cuatro o que no sea ninguno da absolutamente lo mismo. Basta que ellos y sus pobres hijos trans reprimidos existan como mera posibilidad para ver reforzada la confianza que tenemos en nuestra propia paternidad, en nuestros hijos y su normalidad estadística, y en nuestras instituciones y sus siempre buenísimas intenciones. 

Esta (pen)última barbaridad tiene, además, una enorme ventaja sobre otras tantas de estas propuestas socialdemócratas que acaban perjudicando a quienes prometen proteger. Diga lo que diga el New York Times, niños que a los doce años se declaren trans hay, estadísticamente, muy pocos. Y que se arrepientan más tarde, todavía menos.

Así que aquí no hay riesgo de que estas vidas arruinadas se vuelvan en contra del Gobierno. Cuando pase la moda, ya nadie se acordará de ellos ni de sus verdugos. Ellos y su sufrimiento son, por lo tanto, negligible.

Y los tránsfobos seguiremos siendo los otros.

19.1.24

Los aprietos morales del Barça en Arabia Saudí

El Barça recomendó a sus simpatizantes desplazados a Arabia "respeto y prudencia en los comportamientos en público y demostraciones de afecto".

"El comportamiento indecente", sigue, "incluyendo cualquier acto de carácter sexual, podría tener consecuencias legales para los extranjeros. También pueden ser motivo de sanción las relaciones entre personas del mismo sexo y las muestras de apoyo colectivo al colectivo LGTBI, incluso en redes sociales". 

Consejos que provocaron un gran disgusto e indignación entre quienes no viajaron y que, no necesitando por lo tanto de prudencia ninguna, podían seguir fingiendo que el problema era el aviso y no su necesidad.

Entre ellos destaca, como suele, la consejera catalana del asunto, que advirtió en su cuenta de X que "estas recomendaciones son un escándalo y van en contra de los valores del club y de la sociedad catalana".

Valores que, por motivos que habríamos de recordar más tarde, parecen basarse en el silencio y el disimulo y el vaciaje sistemático de cualquier significado de la palabra valores (del club, del cruyffismo, e incluso en su sentido meramente mercantil).

Coincidía así la consejera y el movimiento feminista (que son quienes ahora administran en exclusiva cualquier asunto relacionado con las relaciones "sexoafectivas") con tantos otros aficionados, supongo que machirulos, que tranquilamente aposentados en el sofá no necesitan que les amarguen el partido recordándoles lo caros que se les están poniendo al Barça post-Bartomeu los principios y hasta los finales, como le está pasando con Xavi.

Al Barça y, de hecho, porque aquí el Barça sí parece liderar algo gordo, al futbol europeo y también un poco a Europa en general. 

Porque ahora, y lo advirtió Morgan Freeman en Catar, ser tolerantes y exportar el feminismo no quiere decir, como cabía antes pensar, en conseguir que las mujeres saudís se saquen el burka, sino en ponérselo nosotros a nuestras mujeres y hasta a nuestras copas.

La auténtica corrupción no es la de los valores más nobles sino la de lo más hipócrita y naíf. Como cierto feminismo o como cierto pedagogismo democrático y liberal antes neocón y ahora, como todo lo demás, perfectamente progresista.

Ir por ir es tontería e ir para lo que fueron es ridículo, pero si hay que ir a Arabia se va y si se va hay que avisar. Porque no pudiendo o no queriendo pedirle al club que no viaje y que se ahorre el bochorno, lo que le están pidiendo es que al menos disimule. Que maquille, también aquí, y como pueda, el triste resultado.

Porque todos sabemos que la situación no mejora por muy lejos que lleguemos en la Copa del Rey pastando por los más diversos y castizos campos de España o por muchos títulos que gane la sección femenina. Que los éxitos de Alexia y Aitana no dan para fichar a los messis del futuro. Pero Arabia quizás sí. 

Y vemos así como en este escenario, en esta farsa, el feminismo se debate entre negar la realidad o falsearla. Como cuando se debaten entre animar a las mujeres a vestir como quieran y salir solar y borrachas porque la culpa no era suya o apuntarlas a clases de defensa personal porque todos los hombres, empezando por sus padres y hermanos, son violadores en potencia.

Arabia lo pone en un aprieto, porque el criterio que en general cierra el debate es clarísimo y es racial. La realidad se niega cuando es oscura y se exagera cuando el malo es blanquito. Y es por eso por lo que Arabia nos deja a todos en un incómodo fuera de juego. Arabia invita al silencio.

Y a soñar, quizás, con una Superliga que solucionando nuestros problemas económicos pudiera solucionar nuestros problemas de principios. Con la Superliga, al menos, las finales podríamos perderlas en Saint Denis.

26.10.23

Envidia de pena o el complejo de Milei

Así cayó el muro de Berlín y así cayeron las acciones de Aena, con una comunista traspapelada anunciando por error el fin de una era. Y si la primera vez sirvió para certificar la tragedia, la segunda, ya se ve, sólo podía servir para anunciar la farsa. La farsa que se consuma cada vez que se anuncia un cambio histórico en nuestro país y la farsa que es nuestra particular perestroika. 

Una perestroika que tomará las múltiples formas que tome, con o sin cambio constitucional y con o sin cambio de "modelo productivo", pero que lo hará en la mismísima dirección de siempre. Hacia poniente. 

Si con Fukuyama podíamos ver en la llegada de los televisores y los McDonald's a Rusia el símbolo de la victoria occidental, nosotros podemos ver en la proliferación de empanaderías argentinas el de nuestra más profunda derrota.

Vivimos una argentinización en ciernes que sólo limita, o al menos disimula, el hecho de que seamos todavía súbditos de la Unión Europea y de sus políticas monetarias. 

La huelga de maquinistas provoca restricciones masivas en el tráfico ferroviario en Alemania

De ahí que, puestos a elegir entre el gentil despotismo bruselense y el peronismo de la izquierda quincemesina, los españoles hayan preferido quedarse con lo mejor de los dos mundos y estén ya esperando entusiasmados la próxima aprobación de la Ley de Cuidados, "en coherencia con la Estrategia Europea de Cuidados".

Y aplaudiendo, mientras tanto, la promesa de ver reducida su jornada laboral sin ver afectado su sueldo ni su productividad. No hace falta decir que con una inflación como la que venimos sufriendo, trabajar menos horas y cobrar lo mismo es perfectamente posible y nos dejará mucho más tiempo libre para gozar de nuestro progresivo empobrecimiento.

Y es, de hecho, incluso conveniente. Porque cuando logremos empobrecernos lo suficiente, podremos tener a dos trabajadores para hacer lo que en otros países o en otros tiempos haría uno solo, mejorando así, y mucho, las lamentables cifras de paro. 

La inflación, es sabido, es la mejor aliada de la argentinización.

Y el sueño húmedo aquí es ir construyendo una nación de ratas peleando por un churro con música de Linkin Park de fondo. Donde los churros, la música y la consecuente mala leche se financian con fondos europeos y se parten y reparten desde el Ministerio de Cuidados de la muy honorable señora Pam.

Porque cuanto más pobres, más necesarios son los cuidados.

Es la misma lógica que en la política de alquiler, donde no se reduce el precio, pero sí la oferta, y donde la poca oferta y los pocos recursos que quedan van quedando en manos del Gobierno. Parque público de alquiler y ayudas concedidas con criterios lo más opacos y arbitrarios posibles en función de los sucesivos intereses electorales. 

Un sistema de reparto de cuidados, que es necesariamente un sistema clientelar, donde el ciudadano depende cada vez más del Estado y de la generosidad de sus gobernantes, incluso para tener un techo bajo el que dormir y la pastillita para conciliar el sueño.

Viendo la magnitud de los problemas que tenemos, el nerviosismo de nuestros políticos con el ascenso de Milei allende los mares sería un tanto sorprendente, pero es tan sintomático como lo de las empanadas. Hay por aquí una cierta "envidia de pena" que ha llevado a tantos líderes izquierdistas a cruzar el charco para aprender de los ministros del 139% de inflación. Y una cierta envidia de Milei por la claridad del diagnóstico y la radicalidad de su oposición, mientras aquí vemos la decadencia sin saber ni poder combatirla. 

Por eso Sánchez aprovechó para acusar a Ayuso de apoyar al candidato "ultraderechista" y por eso aprovechó Ayuso para insistir en que espera un cambio en Argentina. Pero sin citar a Milei, porque ni Ayuso se atreve todavía a tanto.

Pueden estar tranquilos. Todavía es pronto para un Milei, y no será Ayuso. Falta todavía mucha pobreza y mucha red clientelar por construir. Pero todo llegará.

24.10.23

Contra Israel se manifiestan mejor

Cuando uno va a estas manis contra el genocidio que no es, que no será y que no hubiese sido, debería cuidarse muy mucho de no acabar dando su apoyo a los auténticos genocidas. Debería, por lo tanto, asegurarse de que la mani es realmente a favor del pueblo palestino y dejar muy, muy claro que no hay que confundirlo nunca, ni por un momento, con sus carceleros: los terroristas de Hamás. 

Para evitar estas confusiones, debería por ejemplo presentarse con una pancarta que denunciase las atrocidades de Hamás, aunque lo hiciese con el lenguaje más tibio que cualquier persona civilizada pueda emplear contra estas gentes. Un triste Hamás No bastaría.

Si se considera que esta pancarta no es necesaria o no es conveniente, desvía la atención o pone a sus porteadores en peligro, debe concluirse que la manifestación no es a favor de Palestina, sino de Hamás. 

No deberían ir, por lo tanto. Y, sin embargo, van.

Van por la absurda convicción, fundamental en la izquierda interseccionalista, de que todas las causas nobles son compatibles, aunque la derecha sea incapaz de entender cómo pueden serlo, por ejemplo, la causa queer con la causa de Hamás, que al menos no es TERF, porque para ser TERF hay que ser feminista.

Van por la irresponsabilidad típica de quien vive de negligir las consecuencias negativas que sus actos puedan tener y de magnificar hasta el nivel "veterano del Mayo Francés" cualquier pequeña influencia positiva que pudiesen tener, por remotísima que sea.  

Van por haber estado allí, por ese absurdo narcisismo del adolescente revolucionario, que parece que no curan ni la edad, ni los viajes, ni las poltronas a cargo del erario público, de querer participar de la historia ofreciendo siempre el mejor perfil.

Es además un narcisismo inherente a toda manifestación, basada en la ególatra convicción de que el mundo necesita escuchar nuestra voz.

Eso es algo que puede hacerse contra Israel, que ya vemos que es capaz de cualquier cosa. Incluso de escuchar sus esperanzados grititos y de no cometer el genocidio que no quería cometer. Pero es algo que todos sabemos que no se puede hacer contra Hamás. Porque Hamás no escucha y no atiende. No, al menos, a las razones habituales del pacifismo progre.

Manifestarse contra Hamás, que es la primera reacción que deberían haber tenido todas estas bellas almas, es inútil. Y hay quien ha venido a la política, e incluso al mundo, a ser útil. Y quizás por eso le exigen, y le exigimos de hecho todos, mucho más al gobierno israelí que a los terroristas de Hamás.

Quizás sea esa la forma más aceptable de racismo, por cuanto aceptamos que los de Hamás no son capaces de nada más, mientras que Israel es, y por lo tanto debe ser, capaz de convertir la santidad en un deber patriótico. Y la más útil, además, por cuanto permite usar a los palestinos y a su causa nacional para avanzar en la propia agenda.

El colmo sería esta crisis de gobierno (también futuro, también hipotético, como el genocidio) que está intentando Podemos para recuperar su momentum y, cabe suponer, algo de su poder.

Y por eso van contra Israel aunque tengan que ir con Hamás. Porque Israel es un país capaz de cualquier cosa. Incluso de escucharles a ellos. Israel es capaz, incluso, de no cometer el genocidio que no quería cometer y de darles una excusa perfecta para presumir, ante el espejo, el psicólogo, los nietos o los gatos que vendrán, de que ellos fueron capaces de parar un genocidio.

11.10.23

Nunca Hamás: lo que los israelíes saben que nosotros ignoramos

Israel tendrá paz cuando Palestina tenga esperanza. Es una frase que ha circulado estos días con gran éxito de crítica y público pero que es sólo media verdad.  

Su éxito consiste en que la llamada a la esperanza no se dirige a los palestinos sino a nosotros, las bellas conciencias occidentales, necesitados para seguir funcionando de la esperanza en que el progreso es posible. Incluso en Oriente Medio; incluso en tierra santa. Y que para lograrlo bastaría con que Israel deje de robarle los sueños a los niños palestinos.  

Pero es una media verdad porque habíamos quedado que los autores de estos atentados y los enemigos de Israel no son los palestinos sino Hamás, que no es lo mismo y que está muy feo confundirlos. Si es así, lo que se quiere decir es que en Israel no habrá paz hasta que los terroristas de Hamás tengan esperanza. ¿Y no es precisamente la esperanza de Hamás la culpable de esta y de tantas otras barbaridades y guerras?

¿No es todo esto culpa de la esperanza de Hamás y de sus aliados en poder algún día acabar con Israel? ¿No lo es la esperanza de sus aliados en que los palestinos desesperados seguirán teniendo hijos a quienes poder usar de carne de cañón cuando convenga a sus intereses? La esperanza de que esto no se acabará y de que para siempre tendrán una arma para destruir cualquier posibilidad de paz, democracia y prosperidad en la región que ponga en riesgo su poder. 

¿No es en el fondo la esperanza la auténtica culpable de la guerra? 

Es algo que no explora la izquierda, que tantos culpables ha tenido que buscar estos días, hasta en los más recónditos apuntes de historia del bachillerato. Porque no puede. Porque sea quien sea el culpable que encuentren saben que no podría ser nunca Hamás. Pero explica mucho. Explica, por ejemplo, por qué cuanto más bestias son los asesinos más desesperados y, por lo tanto, más inocentes parecen a sus ojos. La desesperación explica la asimetría moral con la que tratan al machista del bar de la esquina y al luchador revolucionario que viola, mata y exhibe públicamente y no necesariamente en este orden a una joven israelí secuestrada. 

Lo que no puede contemplar la buena conciencia occidental es que si todo depende de la esperanza de los palestinos, es decir, de la conveniencia de Hamás y de sus aliados, entonces Israel no vivirá nunca en paz. Nunca Hamás. 

Y es eso lo que de verdad admira hasta el punto de lo insoportable a las buenas conciencias occidentales. El constatar el empeño de una gente, de un pueblo, en vivir en ese polvoriento polvorín aunque les vaya la vida en ello y sin esperanzas de que eso vaya a cambiar pronto.  

El que mata les es mucho más comprensible. Por eso suele entender mejor a los asesinos de ETA que a las empecinadas de sus víctimas y por eso le pide a Ucrania con los más variados eufemismos que se rinda de una vez, que estar todo el día muriendo por unos metros de frontera no es manera. 

El que mata es más comprensible porque con sus actos espera erradicar el mal en el mundo. Para recuperar la historia a contrapelo, para deshacer las injusticias del pasado y dejarnos un futuro mejor. El israelí que se resiste a rendirse es incomprensible porque parece vivir sin esta esperanza. Porque vive cada día aceptando la existencia del mal. Y la condena, bíblica, de tener que convivir con él o perecer en el intento. 

El israelí sabe y acepta lo que tantos de nuestros hipócritas y cobardes analistas de partido no se atreven ni a contemplar. Que en este mundo no habrá paz para los justos. Nunca Hamás.